 
 La Cabeza del Rey Don Pedro
Sevilla tiene muchas calles con nombre raro, pero la Calle Cabeza del Rey Don Pedro no se llama así por capricho ni por error de imprenta.
No.
Se llama así porque ahí hubo una cabeza.
Y no una cualquiera. Una noble.
Con título, bigote, y muy mala suerte.

I. Don Pedro el Cruel… o el "Exagerao"
Corría el siglo XIV, que ya es correr, y reinaba en Castilla Pedro I, alias “el Justiciero” para los que le reían las gracias… y “el Cruel” para los que acababan degollados.
Era un tipo que no entendía los grises.
O eras su amigo, o eras su problema.
Y si eras su problema, acababas decorando algún muro.
Pedro tenía mala leche, pero una puntería estupenda.
Y un día, por no hacerle caso, por decirle “eso lo hablamos mañana”, o simplemente por mirarlo raro…
un noble sevillano se llevó lo que no era suyo: una estocada en el cuello.
II. El incidente... y el paredón
La cosa fue que el noble —que algunos dicen que era Guzmán, otros dicen que era de la competencia, y otros que simplemente fue gafe— se enzarzó con el rey en una callejuela estrecha.
Discutieron.
Se encararon.
Y ¡pum!
Estocada real.
Cortita y al pie.
Testigos: cero.
Culpable: el rey.
Consecuencias: ninguna.
Hasta que alguien fue con el cuento a la madre del noble.
Y aquí entra el plot twist sevillano:
La madre, que no era boba, sabía quién lo había matado.
Porque el hijo, antes de espicharla, le susurró con la poca voz que le quedaba:
—Ha sido el Rey… y no me ha pedido ni perdón ni receta médica.
La señora, que tenía más cojones que candelabros la Catedral, fue al rey y le soltó:
—Tú a mi hijo lo has matao. Y yo quiero justicia.
III. La solución creativa
Pedro, que no quería líos —y menos con las madres sevillanas, que son como las tormentas: si se enfadan, te cae algo seguro—, decidió hacer algo que le salvara el cuello. Literalmente.
Así que mandó hacer una cosa muy de su estilo:
—“Traedme la cabeza del noble. La de cera no, la de verdad. Y me la metéis en una jaula de hierro. Pegada a la pared.”
Y ahí sigue, empotrada como si fuera una hornacina sangrienta, mirando a los transeúntes con cara de:
—Mira pa’lante, no me mires que me duele el cuello.
La gente al principio pasaba rápido. Luego ya se acostumbraron, como con los ciclistas sin casco o los precios del alquiler.
Y hoy, en pleno siglo XXI, tú pasas por la calle Cabeza del Rey Don Pedro, y ahí sigue:
una cara de piedra metida en una jaulita, más sevillana que la Cruzcampo y más callada que un testigo sin abogado.
IV. Pero… ¿era la cabeza del noble?
Aquí es donde los historiadores se lían más que un político en campaña.
Unos dicen que sí, que la hizo un escultor que había visto al noble en vida y lo clavó (en todos los sentidos).
Otros dicen que es la cabeza del propio Rey, puesta como penitencia, como diciendo:
—“Sí, fui yo. Pero mírame ahora, no soy tan malo, ¿eh?”
Y otros, los de más imaginación, juran que la cabeza habla.
Que si pasas por allí a medianoche y le preguntas:
—“¿Quién te mató?”
La piedra responde:
—“Uno que hoy tendría una calle con mi nombre.”

V. Sevilla, donde hasta las paredes cotillean
Y así es Sevilla.
Donde un rey puede matar a un noble y salir impune, pero no puede librarse de una madre cabreada.
Donde las calles tienen memoria, hierro oxidado, y esculturas que cuentan historias más afiladas que el cuchillo que usó Don Pedro.
Y donde tú, lector, puedes pasarte a ver una cabeza que lleva siglos vigilando el paso del tiempo.
Sin pestañear.
Sin perdonar.
Y sin cambiar esa cara de:
—“La próxima vez que discutáis en la calle… pensad en mí.”
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