La Casa de los Artistas en calle Betis

Un rincón con duende... y lamentos

En el corazón de Sevilla, donde la calle Betis se asoma al Guadalquivir con aires de teatro eterno, hay una casona del siglo XIX que parece haber absorbido cada pena, cada suspiro y cada desvelo de los artistas que pasaron por sus estancias. La conocen pocos, pero quienes la han pisado coinciden en lo mismo: algo llora allí dentro. Algo que no se ve, pero que se escucha.

La historia detrás de la Casa de los Artistas

La llaman la Casa de los Artistas, no por casualidad. En sus buenos tiempos, albergaba a guitarristas, bailaoras y cantaores que encontraban entre sus muros un refugio para el arte… y para la tragedia. Las paredes, dicen, transpiran duende. Pero también, desde hace más de cien años, dejan colarse una voz. Una voz que no canta. Una voz que se queja.

El lamento de la medianoche

Testimonios recogidos desde principios del siglo XX hablan de una voz femenina, tenue pero insistente, que comienza a oírse pasada la medianoche. No hay letra, no hay canto. Solo un lamento entrecortado que parece flotar en el aire, como una saeta mal entonada, demasiado dolida para encontrar su compás. A veces se escucha en el zaguán. Otras veces, subiendo la escalera con una cadencia imposible, como si arrastrara no ya los pies, sino el alma.

La leyenda de la cantaora olvidada

Los viejos del barrio dicen que fue una cantaora prometedora, humillada en pleno tablao y echada sin piedad por un empresario celoso de su talento. Cuentan que esa misma noche volvió a la casa donde vivía sola, rompió su peineta contra el espejo del salón y juró que nadie más cantaría allí sin sentir su pena. Al día siguiente, nadie volvió a verla.

Ecos del pasado entre artistas y turistas

Desde entonces, el fenómeno ha sido más que persistente. Artistas que intentaron ensayar en el lugar aseguran que la voz se entrelazaba con sus cantes, descomponía los tonos, quebraba los palos. Un guitarrista se marchó dejando su instrumento atrás, negándose a volver a tocar "mientras esa pena viva allí". Incluso algunos turistas, alojados en la casa cuando se alquilaba por días, abandonaron la estancia antes de amanecer, acusando pesadillas idénticas: una mujer sin rostro, vestida de negro, parada junto a la cama, murmurando algo que parecía no tener fin.

Una casa cerrada por voluntad ajena

Hoy, la casa permanece cerrada. Las persianas a medio bajar, como párpados cansados de llorar. Nadie la ha comprado, aunque las inmobiliarias insisten. Pero ¿quién va a vivir en un sitio donde la tristeza tiene nombre propio y horario fijo?

El misterio sigue vivo

Algunos curiosos se acercan por las noches, grabadora en mano, esperando cazar algo. Lo único que suelen llevarse es un escalofrío y un respeto renovado por los misterios de la ciudad. Y es que en Sevilla, hasta el lamento tiene arte.


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