La Vieja que Controla Todos los Semáforos de Emilio Lemos

Sevilla Este es un barrio donde lo moderno envejece rápido, los bloques se miran entre sí como recién mudados y los atascos son casi religiosos. En medio de ese tablero de avenidas anchas y aceras que tiemblan con el paso de cada bus interurbano, hay una figura —una silueta, casi una presencia— que los conductores conocen bien, aunque nunca le hayan preguntado el nombre.

La llaman La Vieja. Nadie sabe cómo se llama de verdad. Siempre está ahí, en una esquina concreta de la Avenida Emilio Lemos, sentada en un banco bajo un árbol que ya parece encogerse con ella. Lleva siempre el mismo abrigo, incluso en agosto. Un carrito de la compra gris, medio oxidado. Un transistor que nadie ha visto encendido jamás.

Y lo más inquietante: los semáforos cambian cuando ella quiere.

Da igual si es la hora punta o el sopor del mediodía. Si estás parado frente al rojo y ella asiente levemente con la cabeza, el verde aparece. Si gira el rostro y niega, puedes tener a todos los santos del tráfico de tu parte: no cruzas. Lo saben los ciclistas, los taxistas, los que van al centro de salud y los chavales del instituto. Algunos lo han intentado: correr cuando no toca, desafiar el tiempo. Todos han vuelto con alguna anécdota rara: se les ha apagado el motor, se ha reiniciado el GPS, han escuchado una voz en la radio que no era parte del programa.

Los rumores corren como hojas de palmera en levante. Que es una bruja que controla la señalética con la mente. Que fue programadora de la Expo del 92 y que no se fue nunca. Que trabajó en el pabellón de Corea y robó un chip experimental de control urbano. Hay quien afirma que la han visto entrar en la antigua comisaría y salir horas después sin que nadie más lo haya hecho.

Otros, los más oscuros, dicen que no envejece. Que lleva en el barrio desde que se construyó, sentada, observando. Y que los niños pequeños la señalan sin saber por qué, con esa especie de radar biológico que aún no está contaminado por el sentido común.

Y hay un documento, sí. Un archivo que alguien encontró hace años en un disquete viejo, metido en una caja de plástico con logos descoloridos de la Expo. Se titulaba “Redes semafóricas inteligentes – Proyecto SevillaEste”. En el pie de autor ponía: E. L. —las mismas iniciales que dan nombre a la avenida.

Una noche de 2017, un conductor se atrevió a pitarle. Le lanzó un improperio, cansado de esperar al rojo eterno. La vieja lo miró. Solo eso. Al día siguiente, su coche no arrancó nunca más, ni los mecánicos pudieron explicar por qué. Desde entonces, nadie pita. Todos esperan. Algunos incluso saludan.

Hoy, sigue allí. Nadie sabe si vive en un piso del barrio o si simplemente se materializa cada mañana al despuntar el sol. Algunos aseguran haberla visto antes en Nervión, en los años 70. Otros, que apareció una vez en la Cartuja durante un apagón.

Pero lo cierto es esto: si pasas por Emilio Lemos y ves una anciana inmóvil, observando, no te muevas sin su permiso.

Ella manda.
Ella controla.
Y puede que tenga 140 años. Pero su semáforo siempre está actualizado.


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