El puente de Chapina o Pasadera del Agua

La Pasadera del Agua: El puente que unió vidas y quedó en el recuerdo

En pleno corazón de Sevilla, hubo una vez un puente que no era un puente. La Pasadera del Agua, conocida cariñosamente por los trianeros como el “puente de tablas” o “puente de Chapina”, fue mucho más que una simple estructura para sostener tuberías: fue un símbolo de conexión entre dos mundos separados por el Guadalquivir.

Construida en 1898 y desmantelada en 1959, esta singular pasarela de tablones unió a generaciones de sevillanos y trianeros en una época en la que cruzar el río era una aventura diaria. Pero, ¿qué llevó a la construcción de esta peculiar obra?

El nacimiento de un puente necesario

Todo comenzó con una necesidad urgente: agua. A finales del siglo XIX, los habitantes de Triana sufrían una severa escasez de agua potable. Las familias dependían de carros, burros y cántaros para abastecerse desde fuentes de Sevilla y Tomares. La situación era insostenible, y en 1882 se planteó la idea de construir una pasarela que permitiera transportar agua desde el Aljarafe y la Sierra Norte hasta la ciudad.

Pero Sevilla no lo puso fácil. Pasaron 16 largos años de burocracia, proyectos rechazados y debates técnicos hasta que, finalmente, en 1898, la obra se hizo realidad. El diseño fue obra del inglés Carlos Arturo Friend y Tirrel, quien dirigía “The Seville Water Works Company Limited”, y del ingeniero español Alfonso Escobar.

La estructura metálica, prefabricada en Bilbao, no solo cumplió su función de transportar agua, sino que se convirtió en un paso peatonal clave para miles de personas.

Un puente que conectó más que orillas

Aunque su propósito inicial era sostener tuberías, la Pasadera del Agua se transformó rápidamente en un enlace vital entre Triana y Sevilla. Era el camino diario de obreros y obreras que cruzaban para trabajar en las fábricas de cerámica, vidrio y almacenes de aceitunas.

Por el lado sur del río, las cigarreras trianeras, las famosas mujeres que trabajaban en la Fábrica de Tabacos, tenían otra odisea: cruzaban el Guadalquivir en pequeñas barcas llamadas falúas, pagando quince céntimos por trayecto. Todo cambió en 1931 con la inauguración del puente de San Telmo, que puso fin al negocio de los lancheros.

Mientras tanto, la pasarela de Chapina seguía siendo el corazón de la conexión peatonal entre ambas orillas, con sus tablas desgastadas por el paso incansable de los trianeros.

El final de una era

La Pasadera del Agua tuvo que ceder ante el avance de los tiempos. En 1959, el cauce del Guadalquivir en la zona de Chapina fue aterrado, y Sevilla inauguró la avenida del Cristo de la Expiración, diseñada para el tráfico moderno. Ese mismo año, la pasarela fue desmantelada, cerrando un capítulo único en la historia de la ciudad.

Aunque desapareció físicamente, su recuerdo sigue vivo en la memoria de quienes la cruzaron. Más que una estructura, fue un testigo mudo de las vidas que unió, de los esfuerzos diarios de una ciudad en constante movimiento y de un Triana que nunca dejó de mirar hacia Sevilla.

La Pasadera del Agua ya no existe, pero su historia sigue siendo un puente que conecta el pasado con el presente. Una historia que merece ser contada, una y otra vez, para que nunca se olvide el valor de lo que unió.

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