
Vicente "el del Canasto": El loco bueno que se volvió leyenda en Sevilla
Si uno paseaba por Sevilla en los años 80, era fácil toparse con una figura inconfundible: no era muy alto, algo desgarbado, con un canasto sobre el brazo, la mirada perdida, la mano derecha en modo de visera y un murmullo constante. Ese hombre era Vicente Moreno Orosco o Vicente "el del Canasto", uno de esos personajes que, sin proponérselo, se grabaron a fuego en la memoria colectiva de toda una ciudad.
¿Quién fue Vicente "el del Canasto"?
Vicente fue mozo de cuerda en el Mercado de la Encarnación. Con su canasto al hombro, ayudaba a comerciantes y clientes en sus compras. Pero, parece ser que la vida le dio un golpe duro: la pérdida de su madre, aparentemente en circunstancias trágicas, fue el detonante de un deterioro mental que lo llevó a abandonar todo y echarse a las calles.
Desde entonces, se convirtió en una figura habitual del centro de Sevilla. Siempre con su canasto, caminaba sin rumbo claro, por Paseo Colón, Puente de Triana, Reyes Católicos, Plaza Nueva, Tetuán... Vicente estaba en todos lados. Nunca fue agresivo. Antes de "tirarse" a la calle, trabajó como repartidor en una empresa de rodamientos. Vicente era, en palabras de los mayores, un "loco bueno".

Una leyenda urbana con voz propia
Su forma de hablar era tan caótica como magnética. A veces parecía repetir letanías religiosas, otras soltaba frases entre cómicas y proféticas. Mencionaba al Papa, a Franco, a Cristo, a Santiago, todo en un torbellino verbal que desconcertaba y fascinaba a partes iguales. La finta y el Sprint no lo creó Joaquín, fue Vicente cuando dicen que miraba a los coches porque andaba buscando a su mujer.
Su canasto no era solo un objeto de trabajo: era símbolo, escudo, y quizá armadura. Nadie se lo quitó jamás, y él tampoco lo soltó. Años después, cuando alguien parece estar fuera de sí en Sevilla, aún se escucha: “¡Estás como Vicente el del Canasto!”.
Una Sevilla que lo miraba y lo cuidaba
A Vicente lo conocían todos: comerciantes, vecinos, policías, curas, limpiabotas y hasta los niños, que lo observaban con una mezcla de miedo y curiosidad. Muchos le daban de comer. Dicen que vivía en una chabola debajo del puente de Triana (lo que antiguamente era Capote),
No molestaba, no robaba, no hería. Solo existía, a su manera, como una nota discordante en la partitura perfecta del día a día sevillano.

El final de un símbolo
Se dice que murió atropellado por un coche, en un hospital o en una residencia, sin ruido. Pero Vicente sigue vivo en el imaginario sevillano. Es de esos personajes que no necesitan biografía oficial, porque la ciudad entera es su epitafio. En su locura, Vicente también hablaba de justicia, de religión, del fin del mundo, y de un orden que solo él parecía comprender.
Un Quijote sevillano sin estatua, pero con historia
No tuvo escultura, pero no la necesita. Vicente fue uno de esos "iluminados" que Sevilla ha sabido acoger sin rechazar, que son parte de su idiosincrasia. Como Silvio, el Pali, o el hombre del acordeón. Como tantos locos lúcidos que dijeron verdades disfrazadas de disparates.
Vicente "el del Canasto" fue más que un excéntrico. Fue un espejo distorsionado en el que Sevilla se miraba a sí misma, entre la risa, el respeto y el desconcierto. Y aunque ya no camine por la Encarnación ni murmure letanías bajo su canasto, sigue estando presente. Porque Sevilla nunca olvida a los suyos, especialmente a los que dejaron huella sin querer hacerlo.
Espero que te hayan gustado y si quieres más, te aconsejo este artículo sobre Qué nos dejó Cervantes en Sevilla.